viernes, 16 de septiembre de 2011

Miriadh

Las dos columnas de dos docenas de elfos oscuros, avanzaban con pasos veloces. Un ritmo constante, en que tardarían horas en cansarse si hubieran descansado desde hace un día. Pero no era así. Pues a la llegada de la tarde acamparon fuera del camino, que apenas llegaba a llamarse sendero.

El campamento estaba divido en diferentes pequeñas hogueras para cada pareja. Se disponían en forma de un círculo, dejando la hoguera del centro para el mando de la pequeña partida.
En aquella hoguera central había tres elfos oscuros cubiertos bajo sus capas negras. Dos machos y una hembra. La hembra era una sacerdotisa de la Diosa de la Oscuridad, la deidad que todo elfo oscuro presente tenía que tener en cuenta.
-La Madre Oscura no tolerará el fracaso en esta oportunidad-dijo la sacerdotisa en un leve tono amenazante-. No habrá perdón para los que causen el fracaso. Se las verán con Ella en el Miriadhern.
Uno de los machos bajó la mirada hasta el suelo y otro miró fijamente a los ojos rojizos de la sacerdotisa, pero no dijo nada.
El Miriadhern, donde se supone que descansan las almas de los seres terrenales de los seres benignos y donde los malignos son esclavos de la Madre Oscura. Oscuro destino para los ciegos seguidores, pensó Nimrais.
-¿Cuál es esa oportunidad, Radeirn?-preguntó el elfo oscuro que había estado mirando el suelo.
La sacerdotisa de la Diosa no contestó, pero en un revés le abofeteó. Las miradas de los demás no se centraron en ellos. No era asunto suyo lo que pasase en aquella reunión.
-Vuelve a pronunciar mi nombre, plebeyo, y serás arrojado a las fauces de una hidra- amenazó la sacerdotisa, con voz fría.
El bofetón hizo que se tirase hacia atrás, casi hasta el suelo y al levantarse desvió la mirada hacia el tercer individuo que aún no había dicho ninguna palabra.
-Calma, sacerdotisa –habló Nimrais, en un tono bajo pero lo suficientemente fuerte para oírlo-. Mi segundo será castigado por su arrogancia al pronunciar vuestro nombre. Ahora, decidnos qué hay que hacer para cumplir y satisfacer a nuestra Diosa.
La hembra se acercó a Nimrais, levantando la mano y tocando la frente de Nimrais con el dedo anular.
El líder de los guerreros de aquella partida sintió en todo su organismo una corriente de electricidad y luego algo revitalizante. Después, dejó de ver lo que tenía delante y se sumió en la oscuridad. No veía ni oía nada, hasta que en un momento alguien susurró un nombre: Maeraelin. Luego de escuchar ese nombre tan familiar y a la vez tan desconocido, vio una imagen en la que caballos blancos al trote salían de un bosque de densa vegetación. Los arbustos, raíces y hojas se habían movido para dejar paso libre a los caballos, mucho antes de que empezasen su camino. No solamente se fijó en eso, el primer jinete, una mujer elfa de piel blanquecina y cabello dorado, con los ojos azules y una ligera armadura de cuero encabezaba la marcha, armada solamente con un arco y un chuchillo.
En un solo momento, la visión de los caballos, el extraño bosque y la elfa de cabello dorado desapareció. Volvía a encontrarse en la hoguera con su segundo y la sacerdotisa.
¿Ése es nuestro objetivo? ¿Un pequeño grupo de elfos silvanos?, se preguntó Nimrais, espero que esto valga la pena… Si no abandonaré Irialith, y me enrolaré en algún grupo de mercenarios.

Un aullido acabó con la tranquilidad de la fría noche. Luego se escuchó otro y otro, hasta otros más. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mis Pilares

Ellos son unos de mis Pilares. Junto mi espíritu, mi integridad, mi amor, mi odio. Tal vez sean demasiados u algunos más poderosos que otros. ¿Quién sabe? Quizás más intensos.

Deber y deseo. Algo prohibido por mí mismo. ¿Qué sentido hay?

Una condición que me ha llevado a una soledad absoluta. Donde una voz inmaterial se hace escuchar detrás de una pantalla o de un rostro inexpresivo.

No hay sonrisas, no hay risas ni alegría.

¿Cuál es mi saber en este mundo en el que he de vivir?

¿Qué puedo plasmar en vuestros recuerdos? ¿Qué ha quedado de mí en vosotros?

¿Soy uno de vuestros Pilares? Vosotros sois los míos.

Sin ellos yo ya habría sucumbido a la amargura absoluta y no podría plasmar nada de éste presente incierto.

¿Misterioso futuro?

Veremos que me deparan los hados.


No soy un Ángel, pero tampoco un Diablo.

Soy el hombre de los Pilares Rotos.