viernes, 18 de mayo de 2012

El Asesino y la Cortesana

Paola, joven cortesana  de la Rosa en Flor, con vida monótona y con hombres dispuestos a vaciar sus bolsas con mujeres que se abren de piernas como no lo harían sus propias mujeres.

Dura vida desde niña, donde la pobreza reinaba y campaba a sus anchas, destinada a morir de hambre en una ciudad hostil ante el pueblo nómada gitano, siempre de un lugar a otro y juzgado como dueño de la brujería, El Pecado y adivinación. A los 13 años fue entregada al Señor de una casa adinerada de Roma, los Bastiglioni, donde el hombre gustaba de niñas que él veía como mujeres jóvenes o maduras.

Torturada y aislada, escapó por la piedad de las criadas de su esposo, Bostel, el cual le infligía duros castigos por la rebeldía de su joven y maltratada esposa.

Soñadora de una vida en la que estuviera en un lugar cálido y mejor que en la lujosa pero fría mansión de su antiguo esposo, conoció a una mujer madura llamada Anneta, la que le ofreció un asilo a cambio de trabajar para ella como cortesana en el mejor burdel de la Ciudad Sagrada. Tal vez no fuera del todo una ayuda celestial del Alto nato, pero así vivía una vida de mentiras y sexo, en el cuál no encontraba consuelo.

Creció y se convirtió para sí misma en una mujer hecha y derecha, tanto para su espíritu como su físico, esperando a que su corazón fuese liberado por un solo hombre, en vez de cientos de caras masculinas que olvidaba un día tras otro.


Hunor, joven noble de la casa noble húngara de Magor, que según se rumoreaba en toda Italia eran descendientes de los temibles hombres-caballo, los aguerridos y antiguos hunos -o eso se rumoreaba en toda la Europa del Renacimiento-.

Guerrero inexperto, pero asesino desalmado por la ambición de riquezas, llegó a matar a su propio hermano en una discusión sobre la herencia que les daría su padre István y éste obligó a su desalmado hijo a la Ciudad Eterna, para pedir perdón por el asesinato de un familiar y la salvación de su alma para no deshonrar del todo a su centenaria casa, hasta con la obligación de que si no conseguía el perdón rezando, entraría al servicio de la Iglesia -cosa que tuvo que hacer-.

No fue el mejor sacerdote, comenzando a ser nada más que un fraile al servicio de los Arzobispos glotones de la Alta Curia romana, donde los cardenales se ofrecían dinero para tener el suficiente poder para ser llamados el Papa, algún día.

Hunor, harto de la corrupción que lo corrompió de joven, de la sociedad humana,  y arrepentido por la muerte de su hermano,  puso empeño para limpiar los pescados, aprendiendo a absolverse así mismo y ser un Hombre de Dios, como le decía un anciano sacerdote, Girolamo; el único hombre que le ofreció la absolución oficial para él y que se convertiría en su Maestro como uno de sus mejores amigos, pero nada le quitaba la soledad al noble húngaro.

Cuando alcanzó la edad de cuarenta y cinco años, ya era sacerdote y allí, una parroquiana de piel aceitunada de ojos negros y pelo azabache, a la cual no le faltaba ninguna belleza, le dijo que esperaba algo mejor en su vida, que se había entregado a hombres por dinero y que había abandonado a un marido que abusaba de ella, aún siendo ésta una niña.

Y cuando acabó su confesión, él, a su vez, le contó parte de su historia, que batallaba y saqueaba por tener riquezas y poder, que había sido un hombre como el Vlad de Valaquia, y que él había logrado su absolución por entregar su vida a los demás y que ella debía centrarse en dar otras cosas que placeres que no merecían hombres borrachos amargados.

Cada dos o tres días los dos adultos, el monje asesino de parientes y la cortesana gitana, se contaban sus vidas con entendimiento, miedo y respeto... 

¿Qué pasará? Pronto se sabrá

martes, 15 de mayo de 2012

Sin un final de mortalidad

-Los Dioses nos envidian...-le dijo el guerrero a su amante-. Nos envidian porque somos mortales, porque nuestras vidas tienen lo más bonito de una historia: un final que habrá merecido la pena por el sufrimiento y las alegrías que hemos vivido en nuestra corta existencia. ¿No es algo que aprendieras en el tempo de Apolo, eh?


¿Qué aprenderá ella? ¿Qué se puede aprender? ¡Preguntas y más preguntas!


-¿Me estás acosando?-le preguntó él, con una sonrisa y con los ojos llenos de un brillo divertido.
-¿Te sientes acosado?-dijo ella, siguiéndole el juego.
-Bueno...-empezó él, ahora con una seriedad que no venía al caso, pero era un tema que él conocía y por lo que sufría- jamás he tenido suerte con mis novias y supongo que sí, puedo sentirme algo acosado.
-Si te apetece...-iba a sugerir ella, con un brillo en los ojos en que él no sabía qué significaba -por ahora-, podemos ir a ver una película de vampiros o algo oscuro... como la tía esta rara que te acosa. O vayamos a buscarlos. Que tal vez estén entre las sombras.
-¡Ya lo estás haciendo!-exclamó él, riendo por lo que solía hacer la chica desde que la conoció.
-¿Hacer el qué?-preguntó ella, haciéndose la despistada y con ese brillo en los ojos, que parecía más intenso.
-Pues hacer ver que estamos...-se cortó un momento, para respirar hondo y acabar la frase-saliendo.
-¿Estamos saliendo?-coqueteó, con una media sonrisa y su brillo cambió, parecía estar dispuesta a revelar lo que tenía que revelar, decir la palabra que la describía a ella.

Pero él ya no sonreía, su rostro estaba lleno de seriedad ante los recuerdos dolorosos de antiguas compañeras, las que habían muerto o desparecido de su vida sin más. Sin ninguna explicación. Ella percibió su mirada seria, teñida de un dolor que ella podía comprender pero que no había vivido, aunque ella había vivido mucho más, sin hablar, solamente escuchando lo que los demás decían y ahora tenía la oportunidad de encontrar a su alma gemela, que creía que estaba en él.

Había algo que hacer y no sería agradable para él, pero lo hacía por el bien de los dos. Lo que no sabía era si era justo hacer lo que haría.

Ella mostró su verdadera esencia, su verdadero ser.

Cerca de los ojos, se marcaban las venas con un color negro y los ojos se volvieron del mismo color. Cuando abrió la boca, dos colmillos asomaban entre sus dientes y mordiéndose el brazo, se abrió una herida de punción, dejando salir un líquido color carmesí y con su brazo surdo, con una fuerza inusitada, agarró al chico por la nuca y lo acercó a la herida para que bebiera su sangre.

Él se resistía mientras era obligado, pero ella le susurró, cerca de su oído, que le enseñaría a parar ese dolor y que podrían estar juntos para siempre sin separarse ni con el temor a la pérdida de los seres queridos. Que podría bloquearlo si así lo quería y que ella le enseñaría.

Entonces ella bebió del cuelo de él, a la vez, que le daba su propia sangre.

Era una muerte que llevaría una vida de oscuridad y mentira, pero que un amor sobreviviría en la inmortalidad.





Sea como sea, la inmortalidad es deseada como la muerte para parar el sufrimiento o vivir mejores momentos sin fin y por ello, mi alma será inmortal.