jueves, 19 de agosto de 2010

Infernal

El cielo es oscuro, mayoritariamente oscuro salvo, por las pocas estrellas que hay en el. La luna sale llena y de un color rojo que jamás pude contemplar.

El bosque está tranquilo y un viento frío invade el ambiente. Los lobos aúllan; comunicándose con los miembros lejanos de las manadas.

En un descampado estoy yo manejando fuego entre mis manos; creando llamas tan grandes como la palma de la mano, que iluminan mi rostro lleno de dolor, un dolor que nadie comprende, un dolor que me causa el mundo y yo mismo. Un dolor que jamás encontrará descanso en mi pecho.

Un rayo va hacia mí. Viene del límite del bosque y allí se manifiesta una luz plateada, que da paso a una forma de una mujer, baja y rubia ceniza, con unos ojos azules inquisitivos y divertidos; en su rostro aparece una sonrisa y luego se vuelve seria al darse cuenta de que no le hago caso, aunque haya dado esquinazo al rayo.

Las llamas de mis manos se hacen más grandes y ahora pequeñas bolas de fuego están a mi alrededor. Dos rayos de electricidad surgen de las manos de la mujer y los lanza contra mí. Me da tiempo a repeler ese "ataque" con mi fuego que surge de las manos, hasta que yo mismo ardo; es una escena tétrica. Me daba igual todo y quería acabar con ello, con toda la vida que hay en el mundo y cuando todo se hubiese consumido por el fuego, solamente quedaría mi propia destrucción.
-¿Por qué dejas que el dolor nuble tu juicio? -grita la mujer.
-Has visto lo que yo he visto y has sentido lo que yo he sentido. Sólo veo muerte...
-¡Antes veías la vida y lo bello en todas las cosas! - me reprocha.
-Ya no hay nada para mí...
-¿No estoy yo? -me pregunta.
Sonrío y no es una sonrisa agradable.
-Tú no eres para mí, aunque pensase que sí... Pero, solamente me engañaba a mí mismo.
Las llamas que me hacen arder pero, que no queman y que no consumen mi cuerpo se hacen más intensas y tu luz y tu electricidad tambien se hacen más brillantes y llegas a gran velocidad a mí y me abrazas, creando una tormenta de fuego y electricidad.
Momentáneamente me sentí completo, pero mis ojos se cerraron, las llamas pararon y tu luz se hizo intensa por el dolor que yo te transmití.

Acabaste con lo que yo no podía acabar: mí... sufrimiento.

No estaba físicamente ahí ahora, mi cuerpo desapareció hasta que solamente quedó una imagen que no paraba de sonreir y por una vez, pudimos cogernos de la mano.

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