jueves, 3 de febrero de 2011

Mi Reino

La lluvia caía con fuerza y los rayos iluminaban el firmamento para luego desaparecer.
Antiguamente las personas temían los rayos como a las mordeduras de las serpientes. Pensaban que esos rayos los alcanzarían y los matarían como el castigo de un dios.
Yo ya no los temo. Porque no tengo donde esconderme y aprendí a no temerlos. Pueden hacer daño, sí. Pero eso pasa porque pase. No hay dios que los controle ni ser que sea extraterrenal que los domine a su antojo. El agua ya no dejaba charcos, sino pequeños ríachuelos para después convertirse en un fluído mucho más fuerte.
La ropa se me empapaba. Anteriormente, esa sensación me molestaba y, con el tiempo, me fuí habituando y deseaba que el agua me empapase completamente. También deseaba que me limpiáse el alma, con poco tiempo contaminada por duros castigos y desfavorecimientos.
El tacto con el líquido era reconfortante. Sentía la frialdad de cada gota para ser calentada por la temperatura de mi cuerpo, y de poco servía. Pues también el viento enfriaba el viento.
Este Reino me pertenece, este lugar inundado, este páramo de frío es ya mi hogar. Ya no pertenezco ni a la Luz ni a la Oscuridad. No morí, porque no viví.

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