Mi cuerpo murió, hundido en las oscuras aguas del Lago de los Muertos y a la vez, mi alma murió allí, podrida ante la quemazón que provocaba el frío líquido en mi pútrido cuerpo. Destino de débiles y traidores.
Solamente por avanzar en la evolución de la maldición que nos contagió a todos, mi señor me ofreció un nuevo tipo de recompensa: la agonía. Le serví durante mil años en su imperio decadente, donde la tierra se había vuelto estéril y los humanos pasaban hambre por no poder cultivar sus cosechas y la vegetación ya no era más que ramas y hojas secas.
Pasaron siglos en los que yo ardía lentamente dentro del agua, ya que a los de mi especie el agua era como el fuego, y me atrevería decir que algo peor.
Definitivamente morí y el dolor desapareció, notando que flotaba en un recodo bajo tierra, con un gran techo sobre mi cabeza -si es que la tenía, porque no sabía en qué me había convertido-.
-Raziel... eres valioso.
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