jueves, 4 de agosto de 2011

Similares

Para nosotros es todo caos, no puede haber nada más..., pensaba Asa'el. Miró a Amatiel, la arcángel en que en cierta ocasión no mató, en la situación en que simplemente se miraron y hablaron. Aquella conversación de ahora, era una de tantas discusiones que habían tenido a lo largo de su relación.
-Nadie recuerda lo que pasó al principio de la Creación-dijo Asa’el-. ¿Ves lo que tu supuesto Dios ha creado?
El ángel caído pensaba que todo era efímero, que apenas la propia vida de un ser inmortal eran tan efímera que una vida mortal. Todo se destruía fácilmente y moría de cualquier manera.
Su larga vida no mostraba los efectos en su cuerpo. Ya que podía cambiarlo a placer. Superior en altura que la arcángel, la miraba no con superioridad, si no con una mirada intensa de varios sentimientos. De los cuales el propio Asa'el desconocía.
Su cabello rojizo se mecía por la corriente de aire, cubriéndole sus ojos y dificultándole la vista sobre el rostro de Amatiel. El cabello de ella también se mecía pero no de la misma manera que el del demonio.
La corriente de aire cambió a ser un pequeño vendaval. Asa'el solía enfurecerse mucho en este tipo de discusiones y con su mal humor, todo aumentaba: el calor, el aire...
-¡Tu Dios creó a los mortales a su semejanza...!-gritó-. ¡Nosotros somos ángeles, al igual que vosotros, pero no tenemos elección mas que vivir a la sombra y ver la ruina que ellos intentan imitar de nosotros! ¡Y... estoy... dejando de ser como los míos, Amatiel! ¡No sabes qué significa esto!
Sus ojos dejaron de ser verdes, para dejar paso a un colo rojo demasiado intentos.
Calló durante unos minutos, intentando calmarse, intentado no dejar salir lo que llevaba dentro, y ahora, con la voz marcada por una falsa calma dijo:
-¿No ves que todo lo que tocamos se destruye? ¿Que en nosotros solamente hay muerte y nada con lo que nacimos?
Amatiel notaba la frustración del demonio, su ira, su dolor. Le costaba imaginar por todo lo que había pasado él. Ella misma luchó contra sus hermanos caídos y en aquel tiempo los odiaba y no podía mirar sin un poderoso orgullo. Ahora debía entender a alguien que estaba cambiando, que pertenecía a una estirpe maldita y odiada. Alguien que quería. Pues él mismo estaba cambiando su forma de ser por ella. Un esfuerzo que... tal vez... ningún ángel caído había hecho.
Así que habló con calma, acercándose a él y poniéndole una mano en su pecho:
-No, Asa’el. Tú mismo sientes lo que todos los ángeles sienten. ¿Si no por qué no me mataste la primera vez que nos cruzamos? ¿No es esa tu obligación? ¿Destruir todo vestigio de luz?
El vendaval no se calmaba, y el viento seguía azotando al cabello de los dos. 
Es mi obligación, pensó, llorando sin saberlo, pero no quiero... No puedes hacerte la idea de cuán doloroso es esto, Amatiel... De lo que tendría que soportar, encima de lo que he soportado en todos estos siglos.
-Aún podría hacerlo, ¿sabes?-le dijo, cortante.
-¿Por qué no lo haces? Sabes que no llamaré a mi espada- contraatacó con otra pregunta y ofreciéndose a él.
-Odio cuando te pones así, Amatiel-dijo Asa’el-. ¡Sabes que muchas veces pierdo el control y puedo matarte aunque luego…!
Soy peligroso para ti, y aunque no quisiera hacerte daño, lo haría..., pensó con una rabia que otra vez empezaba a desbordarse.
-¿Aunque luego te arrepintieras, verdad?-siguió ella.
Algo húmedo salió de los ojos del demonio, le llegó hasta los labios y el sabor era amargo.
-¡¿Ves lo que estás haciendo, Amatiel?! –preguntó, levantando la voz-. Estoy cambiando y yo nunca he sido así. ¡¿Por qué?!
La arcángel veía la cara de su amigo, o más bien, de su compañero. Sus ojos seguían de un color rojo y lloraban.
Asa'el, tú y los tuyos habéis vivido tanto tiempo en la oscuridad que no os gusta tener que sentir lo que nosotros, a los que tú mismo llamas Luminosos..., pensó, llegando a una conclusión muy peligrosa, por no decir difícil, como tú mismo has dicho, seguís siendo ángeles, pero os habéis apartado del camino para el cual fuimos creados y como un humano, podéis volver a la luz de la que nacisteis...
-La respuesta es… sencilla… Asa’el- habló el ángel-. Aún hay luz en vosotros.
El demonio quedó anonadado. No pestañeó, ni gesticuló nada con el rostro.
-Ángeles y demonios no somos distintos-explicó ella-. Nacimos del mismo lugar, venimos del mismo lugar. Solamente que os habéis encerrado demasiado en la Oscuridad. Eso es lo que hicisteis.
-¿Luz? ¿En nosotros?-preguntó rápidamente-. ¿Eso quiere decir que aún es posible la redención?
Ahora su mente era más caótica de lo que estaba con ciega furia.
¿Cómo es posible? ¿Cómo puede haber luz después de todo lo que yo y mis hermanos hemos provocado? ¿Cómo podría Él... poder... olvidar?, se preguntaba.
Contra toda respuesta, el ángel no habló, ni ahora ni después. Le mostró una de sus sonrisas dulces y esperanzadoras.
Algo que hacía que el corazón del antiguo demonio palpitase de manera rápida y no de algo que viniese de la oscuridad…

Asa’el comprendió qué era lo que sentía él y lo que podían sentir los otros demonios: amor.
Amatiel vio como su compañero volvía a un cuerpo humano con los ojos normales, verdes, como los que siempre mostró. El viento dejó de ser un vendaval y ya no había ninguna corriente de aire.
La arcángel habló una vez más, y dijo algo que Asa'el y los suyos olvidaron hace mucho más que unos cuantos siglos:
-Él ama a todos, Asa'el. Al igual que ama a la peor clase de humano, puede amar a cualquiera de vosotros. Muchos de vosotros sois antiguos y seguís siendo, en esencia, parte de él, como parte de mí y los demás. Los que nacieron después de aquello, son como los más ancianos de tus hermanos y como tú...-calló, y ahora, mirándolo con una sonrisa, retomó la frase-.... seguís siendo ángeles.

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