viernes, 10 de diciembre de 2010

Señor y Señoras

Tengo veinte años, estoy en el paro y ya no tengo un techo sobre mi cabeza. Me despidieron del bar por dejar caer demasiadas bandejas y sólo tengo cincuenta euros en el bolsillo y no tengo a ningún familiar cerca, ni si quiera algún amigo o amiga.



Aquí estoy, de nuevo, en el bar donde trabajé tomando cerveza tras cerveza. Estaba ya de por sí borracho, pues de los cincuenta euros solamente me quedaban diez. No podía levantarme porque me mareaba, y tenía los brazos apoyados en la barra y sobre ellos mi cabeza. Un frío pasó por mi espalda al abrirse la puerta del bar, y no me giré para ver quién había entrado. Solamente miraba a la barra o a ninguna parte. ¿Dónde merecía la pena vomitar? Me hubiera gustado hacer encima de mi antigua jefa, pero eso sería montarle un pollo y creo, que no estaba para eso.

Alguien me tocó el hombro y me giré levantando la mano en forma de amenaza:
-No... se... toca...
Y una voz femenina y clara salió de la boca de una mujer bellísima. No era alta ni baja, tenía el cabello liso y negro, unos ojos azules con un color demasiado fuerte para ser de una persona que fuera humana, pero de eso me di cuenta mucho después y me dijo.
-Perdona, ¿te he molestado? Es que necesito fuego.
Con un gruñido metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta, buscando el mechero. No estaba ahí y miré en los bolsillos laterales, tampoco estaba ahí y finalmente busqué en los bolsillos traseros y lo encontré.
¿Tendrá gas? Porque ya no recuerdo la última vez que fumé un pitillo, me pregunté. Se lo dí y ella con rápidos movimientos cogió un paquete de cigarrillos Winston del bolso, sacó el primer cigarro que pilló, se lo encendió y me devolvió el mechero con rápidez. Nuestras manos tuvieron un leve contacto, apenas un roce y noté un frío poco habitual.
Volví a centrar la atención en la dura barra, apoyándome de nuevo sobre mis brazos.
Me aburro. ¿Qué puedo hacer? ¡Ah, ya sé! ¡Voy a mirar el escote de la Señora Winston!, pensé, sonríendo con picardía. Aunque a decir verdad no sabía si yo tenía de eso.
Miré de reojo a la Señora Winston y no me defraudé, sus senos eran algo que admirar.
Me pilló mirándola pero, ella solamente sonrió. De pronto, todo me daba vueltas y no me había levantado que yo supiera.
¡Zas! Me llevé un golpe contra el suelo. Contra el frío y duro suelo. ¡Normal que me haya mareado! Levanté la mirada y vi a mi ex jefa. Una señora grande, con caderas grandes, y con unos senos que parecían sacos de patatas, llevaba un moño de lo más ridículo y un traje de florecillas aún más ridículo y como siempre... tenía un puro en su boca. Lo agarró con la mano que tenía libre y me gritó:
-¡Fuera de mi bar, borracho!
Con gruñidos secos me levanté con esfuerzo y de pronto, una gran euforia entró en mi interior. Tenía que ser el acohol... seguramente.
-Puessss tú... tú.... ¡Eres una vieja virgen!- ni si quiera pensé lo que dije pero, me reí como si lo que hubiera dicho fuese una gran idea. Qué iluso era...
La mujer Caderas Anchas me lanzó un tortazo en toda la cara, pero no noté nada. Seguía riéndome. Pero de tal sacudida del golpe, me entraron naúseas y solté todo lo que comí en todo el día sobre el cuerpo de la señora Caderas Anchas. Y ella, asqueada, se fue corriendo y gritando, y se dio un golpe contra una de las puertas de los baños.
Miré a mi alrededor y todo daba vueltas y pensé un tíovivo, las vueltas que daban las helices. Y de pronto, pensé en escotes: en el escote de la Señora Winston y el asqueroso escote de la señora Caderas Anchas. Tenía que decidir, me dije. Fuí a buscar a la Señora Winston que tomaba un café, la cogí por los hombros y acerqué mi boca, torpemente, a la suya. Después del besito grité:
-¡Soy el Dios del Mundo!
Ese grito era para los presentes y luego fijé mi mirada a la sorprendida Señora Winston y le dije:
-También tengo algo para ti...
Otro besito bien dado, luego pasó a morreo pero de mi boca salió lo que quedaba en mi estómago...

Y después, todo se llenó de gritos.

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