miércoles, 1 de diciembre de 2010

Muero por mi mano

Cuando llegué a casa todo estaba destrozado, las paredes estaban llenas de sangre de mi propia familia. Mi padre yacía inerte junto a mi madre, mis hermanos estaban muertos en sus respectivos cuartos. Murieron por culpa mía... por mi sombra.

El peor enemigo de alguien es el mísmisimo alguien. La oscuridad de dentro de mí salió a la luz, caminaba con un cuerpo exacto al mío. Él era yo y yo era él. Así que mi familia murió por mi mano... Las lágrimas me impedían ver bien, pero lo que hice fue volver a los cuerpos de mis padres, en el salón destrozado. Toqué el charco de sangre que bañaba a los cadáveres con los dedos, y me dibujé dos líneas verticales en mi rostro.

Tenía mi espada Redención atada en mi espalda, y no me di cuenta en mucho rato de que estaba ahí. No hacía nada útil estar ahí llorando. Ese lugar ya no era mi casa, pues mi oscuridad lo había profanado. El mal atrae al mal.

Yo era un pecado, y las demás personas que me rodeaban también lo eran. No merecíamos el suelo que pisábamos, ni el derecho de a ver visto la luz. Todos los que se cruzaban en mi camino acababan ensartados por Redención. Dejaba detrás de mí un camino de cuerpos sin vida y oí un zumbido, un escalofrío recorrió mi espina dorsal y sin saber cómo había parado con Redención el ataque de mi sombra, de mi espectro... mi oscuridad.

-Morirás conmigo, sombra -musité con poca claridad-. Mataste a mi familia y cuando te haya matado a ti... Me reuniré con ellos.
Una sonrisa torcida curvó mis labios. No era algo que yo desease, pues ya no me quedaba nada que valiese la pena, busqué el poder y acabé en desgracia y en desgracia moriría por mi mano.
Ninguno de los dos alcanzaba al otro, ataque tras ataque y finta tras finta... Eramos iguales y una idea se iluminó en mi mente.
Nunca se da la espalda ni a un cadáver, recordé. Un movimiento que nunca pude aprender y que siempre fue mi perdición.

Una estocada arriba, otra abajo. Todo era choque de espada contra espada, hasta que mi sombra en un ataque rápido en mi cara, que me produjo en una de mis mejillas y yo con eso pude introducir a Redención entre los pliegues de sus oscuras ropas.

Una vez muerto el espectro, yo también morí. Pues la sombra y yo éramos uno y no un ente separado como creía al principio de mi búsqueda...

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