domingo, 2 de enero de 2011

Ángel

Soy un ángel con cuerpo humano. Mi cabello es de color negro como ala de cuervo y largo, formando una melena, soy alto y una cicatriz de un corte cruza mi rostro, desde el ojo al labio, mis ojos son grises, mi nariz recta y mí boca no es ni grande ni pequeña. E ignoro si hay una medida de estas cosas. Visto de negro. Soy uno de los pocos ángeles que ve algo de belleza en los colores oscuros.
Estoy aquí para traer la luz y eliminar la oscuridad. Muchos ángeles han sido enviados por el Señor Excelso y fracasaron. No sé si yo soy lo bastante poderoso como para llevar a cabo esta tarea, pero he de intentarlo, es mí misión y para lo que fuí creado.
Miguel y Gabriel han muerto, al igual que Amatiel, Ituriel, Remiel, Raguel, Uriel y Rafael. Ya no quedan arcángeles. Con el tiempo, el Señor creará una nueva legión de Arcángeles y los que ya fueron creados serán olvidados. Ninguno de los espíritus de la Fuente Celestial sabrán lo que pasó en el mundo de los humanos.
Estoy en su mundo y me horroricé por las cosas que ví. Grandes ciudades, bosques talados y animales extinguidos o en peligro de extinción. No solamente es obra de los humanos, también de mis hermanos caídos. Que hacen bailar a los humanos como marionetas.
Me encuentro en una plaza, sin gente. Está oscuro, es de noche. No hay estrellas, sólo la luz de las farolas y tampoco se ve la luna.
No me encuentro solo. Hay una presencia oscura al otro lado y creo reconocerla.
Es un hombre calvo, delgado y de estatura media, sonríe como un tiburón, también viste de negro y una de sus manos tiene una espada.
-Baal...-saludo.
-¿Cómo estás Samael?-me pregunta, con su sonrisa de tiburón y enseñando los dientes negros.
No respondo, lo único que tengo que decirle se lo tendré que decir cuando lo haya vencido. En mis manos se materializaron dos espadas. Sentencia y Redención. La primera con el filo de color blanco y la otra de un color rojo.
El caído corrió hacia mí posición y al llegar me lanzó una estocada que paré con el filo blanco de Sentencia. Con Redención realicé una finta que iba al pecho de Baal, para luego dirijirla al brazo desarmado. La espada se alimentó de la sangre del demonio. Había hundido la espada en el brazo. Gritó de dolor e hizo un salto para alejarse de mi. Ahora, fuí yo quien fue hacia él. Mis dos espadas formaron una (X) y el con un solo gesto de su arma paró mi avance con una gran fuerza y casi perdí el equilibrio. Otro salto de gran altura para caer encima de mi. No me dio tiempo a parar su estocada, la hoja de mi espada estaba en diagonal hacia arriba y la hoja enemiga se deslizó por la mía y me hirió en el rostro. Provocando un corte similar al que ya tenía. Primero sentí que me quemaba y después sentí la sangre caer por mi rostro al suelo. Lágrimas salieron de mis ojos para mezclarse con la sangre. La lucha era la única manera de tratar con los caídos. No había otra forma... Estaba cegado momentáneamente, pero eso bastó para que la espada del caído se clavase en mi pecho, cerca del corazón pero sin llegar a él.
Más lágrimas, más dolor y más sangre. Sentencia cayó de mí mano izquierda. Baal reía a carcajadas. No sentía furia, no sentía nada salvo el dolor.
El caído iba a provocarme la muerte con otra estocada, pero en el último momento me aparté y con Redención en mí mano derecha, decapité en un momento desesperado al caído. Él puso una cara de sorpresa, luego dolor y después nada. Una luz salió de su cuerpo y se alzó hasta las estrellas.
-Descansa en paz, hermano -murmuré, llorando. Sanaría, mi poder de la Fuente sanaría mi cuerpo mortal y aún tenía un gran trabajo...


Con el tiempo reunirá una nueva legión de arcángeles...

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