miércoles, 15 de agosto de 2012

Siendo el discípulo

-¿De qué me sirve ser un ángel si no puedo salvar a la gente?
-El mal se manifiesta de diversas maneras, pero sólo hay un modo de combatirlas.
-¿Y cuál es ésa?
-Cambiarás y lo entenderás.
-Estoy harto...
-Eres joven y, ni si quiera tendrías que ser un ángel a ésta edad, pero Ellos ya vinieron a ti en muchas ocasiones. Has de estar preparado, pues solamente tú puedes leer las señales que se te mandan. Ni yo ni nadie.

En el acuario, los pequeños bancos de peces nadaban con una calma infinita, con la paciencia de los que están de un modo que nada malo los pudiera alterar; en cambio, los delfinos jugaban entre sí. Podías verlos hacer piruetas cuando saltaban sobre el agua, jugando entre ellos. Nadaban en una especie de baile que ellos podían entender, porque parecían estar sincronizados.

Ángel miró el acuario, con una sonrisa de gozo, por ver cómo su púpilo se hacía tantas preguntas y la visión que no lograba tener pero, sobre todo, porque tenía que aprender cosas de ésos magníficos animales. Que ni si quiera en cautividad podían perder la esencia de lo que eran en los océanos.

-Aprende de ellos-le dijo, señalando a los delfines con su rostro, ladeándolo.
-¿Qué puedo aprender de unos... animales?
-Ser paciente y atrevido para cuando la ocasión lo requiera. No tendrás ni un poder más ni un poder menos.

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