martes, 13 de abril de 2010

El duelo del Inquisidor

Tras entrar en la casa y ver el cadáver de Rho en el pasillo, se me herizó la espalda, tras registrar la casa en busca de más cuerpos, encontré el cuerpo de mi amada, mi esposa Han. Me acerqué al cuerpo sangrante, le cerré los ojos que miraban al vacío y grité de rabia, tristeza, furia. Algo que nunca experimenté.

Me llaman Inquisidor, porque era quien organizaba las tropas de mi raza, quien cazaba a los herejes, y ahora... Los míos ya no combaten por honor, sino por poder, y dicen que soy un demonio.

Matando a Rho y Han, me habían desafíado públicamente y ahora tocaba jugar mis cartas. Acudiría a su llamada, a la llamada del duelo del Gran General.

Cuando llegué a la plaza pública él estaba allí, y no solamente él, sino todo mi pueblo. Mi linaje había caído, sólo me quedaba el rango de Inquisidor.

Me acerqué más al Gran General, que iba armado con su gran espada de hierro, en cambio... yo llevaba una espada energética nada más. Corrí hacia el y me desgarró la armadura y un chorro de sangre brotó de la brecha, demasiada sangre como para seguir vivo, pero en ese ataque, yo logré clavarle la espada energética en los intestinos. Mi enemigo había caído, y yo tambíen caí al suelo, perdiéndo la consciencia. Pero antes de eso, me vinieron recuerdos de los avisos de Rho y las risas de Han.

Así morí, iba a reunirme con los míos, y los había vengado.

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