jueves, 15 de abril de 2010

Seventh Death, liberación

El despacho estaba inmaculado pero bastante oscuro. Varias velas iluminaban los cuadros de ángeles que había colgados en la pared. La estancia era grande de por sí, contaba con una gran mesa y con un escritorio más allá, en un sillón trás el escritorio se hallaba un hombre viejo pero de gran tamaño, tenía arrugas en la frente y en las comisuras de la boca, no solía tener arrugas, y eso quería decir que era una mala señal, que algo malo había pasado.

Delante del hombre había una mujer rubia, baja, bastante baja comparada con él. Vestía como una colegiala pero en versión prostituta y en la oreja llevaba un comunicador por radio. Al parecer, alguien esperaba órdenes.

El hombre se levantó y habló débilmente, pues ya era bastante viejo.

-¿Qué personal tenemos disponible ahora mismo, Slania?

La mujer con pinta de colegiala-prostituta tardó en contestar. Habló en voz baja varias veces, repitiendo: Negativo.
Miró cara a cara al hombre sentado en el sillón.
-No tenemos personal disponible, señor. Nadie, excepto a Seven Death...
-Hum. La Séptima Muerte solamente.
Se meció el bigote gris, pensando en si era buena idea enviar a aquel agente tan imprevisible y el más peligroso.
Tras pasar cinco minutos exactos se decidió. Habría que correr el riesgo de liberar a Seven Death.




En las catacumbas, varios pisos más abajo del despacho estaba él. En una celda, donde los barrotes estaban electrificados y eso le debilitaba bastante si los tocaba.
Parecía a simple vista un joven de veinte años y en realidad tenía ciento veinte. Tenía una cicatriz en el ojo que le atravesaba de lado a lado, iba rapado como los militares, su boca estaba abierta y dejaba ver unos dientes blancos con unos colmillos ligeramente largos. Era delgado pero alto, con brazos y piernas flacas pero con un poco de músculo. Una persona normal se pensaría que sería un enclenque en velocidades, pero quien llegase a pensar eso, estaba realmente equivocado. Tenía una rara enfermedad en los ojos, que le hacía tener los ojos de diferente color. Uno era de color rojo y otro azul que brillaban en la oscuridad de las catacumbas, donde oscuros seres también estaban encerrados.

De pronto, en el pasillo de su celda se abrió una puerta, dejando pasar una luz que le cegaba un poco, pero sabía por el olor que saldría de aquel agujero pronto. Una silueta mediana de una mujer que vestía como una colegiala se acercaba a su celda. Varios monstruos gruñeron al ver acercarse a la humana, considerándola una presa. Unos pasos más y la mujer ya estaba en frente de él.
-Hola, Slania. ¿Ya has acabado de lamerle el culo al seboso? -preguntó el chico, el agente Seventh Death, sonríendo. El agente encerrado se rió de su propia pregunta.
La humana por su parte, lo ignoró. Apretó un código, desactivando los barrotes electrificados.
-Vaya, gracias -se alegró él.- ¿A quién hay que matar, Slania?
Ella le abrió la puerta y lo miro asqueada y disgustada, no le gustaba el agente Seventh Death por ser lo que era, por ser algo a lo que combatían y no respondió a su pregunta.
-Vaya, sigues igual de sosa que siempre -dijo Seventh Death.
Ella caminaba rápido y él... bastante lento, estaba débil y necesitaba su suero de sangre, sino no tardaría en alimentarse por su cuenta.
Salieron de las catacumbas, y caminaron por pasillos de color gris, donde el suelo era totalmente blanco, pero con algo de polvo. También subieron escaleras y esto supuso un gran reto para Seventh Death pero la humana hizo caso omiso.
Cada vez él notaba la sed, no era el mismo tipo de sed que sus congéneres de pura raza, pero sí con un poco de la misma fuerza e intensidad. Las escaleras se le hicieron eternas, y encima se mareaba porque eran en forma de caracol, era un edificio construido bajo tierra y en la superficie, donde a estas horas era de noche. Slania, la humana, era la encargada de darle su suero, pero si no se lo daba, él acabaría con ella... y transformándola en algo que ella odiaba en lo más profundo de su alma. Sonrió ante la idea.

Cuando se acabaron las escaleras de caracol, pasaron por pasillos alfombrados, con alfombras árabes de todos los colores posibles. Más allá había una puerta doble, donde estaba el Director o como le llamaba Seventh Death: El Seboso.
Slania abrió la puerta, dejando pasar primero al lento y sediento agente. La visión nocturna de éste se acostumbró a la luz de las velas, dejando pasar los colores rojos de sus ojos de la infravisión, al modo normal, el rojo y el azul.
-Hola, Séptima Muerte -saludó el anciano del sillón, débilmente.
Seventh Death no dijo nada, no respetaba al Director, ni a ninguno de los otros agentes de la corporación, ya que él era el único agente al que encarcelaban tras una misión. No tenía el libre albedrío por su naturaleza.
-Sé que deseas el suero, pero antes de eso quiero que cumplas una nueva misión -adivinó y sugirió el anciano.
-¡Si quieres vivir más te vale que me lo des ya! ¡No sé cuando podré aguantar la maldita sed!-gritó el sediento agente.
-¿Cuánto hace que no te dan el suero, hijo? -preguntó el anciano.
Sevent Death rió al oir eso, esa manera en que lo llamaba.
-No lo sé, Seboso. Al parecer tu prostituta me odia tanto que desea verme muerto -respondió, sonríendo maliciosamente. Quería alterar a Slania.
Pero ella ya estaba tan acostumbrada a sus insultos que ni se inmutó, pero eso ya era pasarse de la raya, así que desenfundó una pistola debajo de su falda de colegiala y apuntó a la cabeza de Sevent Death. Pero él fue más rápido, se apartó y le inmovolizó los brazos, luego las piernas cruzandolas con las suyas propias.
-Estaré débil, pero NUNCA... y repito NUNCA... subestimes a un Dhampir como yo. Porque puedo matarte y beber de ti hasta la muerte o hasta convertirte en aquello que tanto odias -amenazó él.
Ella como respuesta no se resistió más, había perdido ésta vez.
El Director sabía que pasaría aquéllo, así que mientras el agente amenazaba a Slania, sacó una pistola con un suero de sangre y disparó a la espalda del Dhampir. Era viejo, pero había combatido a los Dhampirs y vampiros desde hace más de sesenta años.
Seventh Death, al notar el impacto del tranquilizante suero de sangre, vió como lentamente recobraba su poderes y soltó a Slania, tirándola al suelo.
-Gracias -agradeció el Dhampir.- Aunque me apetecía incarle el colmillo.
¿Cuánto hacía que no se alimentaba en condiciones?

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