jueves, 22 de abril de 2010

Sin, Primer Capítulo

Siento amiga mía cambiar de historia tan rápidamente, en vez de seguir la historia del ángel Gabriella y el demonio Nath'Rezil, porque esta vez he pensado una historia diferente.
Trata sobre algo sobrenatural como siempre, pero nada de demonios ni ángeles, o sí pero no de la misma manera que lo entendemos de la manera del cristianismo, sea católico o ortodoxo, nada de ese tipo de cosas. Esta vez nos trasladaremos a otra cultura que no es la occidental, sino la norteamerícana, sobre las tribus indias de las Américas como los Sioux, los Tlinglit, los Iroqués o los Haida, cazadores y pescadores de salmones y mamíferos acuáticos.


Antes de que el hombre blanco pisara tierra americana, las tribus vivían en paz entre ellas o sino, haciendo la guerra a su manera. Las tribus eran diferentes entre sí, no solo culturalmente, también en las creencias pero a la vez tenían mucho en común. Decían que un dios llamado Sin creó el mundo en forma de cuervo, pero antes de que hubiese luz, solamente había oscuridad y la luz de la Luna, la única luz que habían visto sus ojos mortales. Se preguntaban ansiosos:¿Cuándo llegará la luz del día?
Nadie supo cómo, pero Sin creó al Sol, hermano de la Luna, y les ordenó que girarán alrededor de la Tierra para dar más vida a su mundo y hacer felices a sus gentes. Aunque las tribus tenían diferentes nombres para sus dioses, Sin era el principal, o más bien, él era todos los dioses.

Pasaron siglos y las tribus se desarrollaron hasta la llegada del hombre blanco que no era conocido aquí por las tribus, pero sí por Sin. Eran de la misma especie pero de otra raza, y Sin pensó que los hermanos blancos de sus gentes habían llegado demasiado pronto a esas tierras, no es lo que tenía planeado. Luego los hermanos blancos hicieron masacres por el oro de las Naciones Precólombinas, como así llamaron a los Aztecas, Incas y Mayas. Muchos murieron, eso destrozó a Sin, maldijo a los hermanos blancos, pero a la vez una maldición vino de parte de los blancos, la Peste Negra entre ellas y la Viruela. Siglos más tarde Sin se fue recuperando al ver que el hombre blanco perdía poder, pero vio como más hombres blancos llegaban y con armas más avanzadas y más matanzas se llevaron a cabo.

Sin estaba más que desolado, así que decidió vivir entre los mortales, para combatir a los hombres blancos que para las tribus americanas eran unos bárbaros de oscura alma. Sin fue testigo de cada generación de índigenas y hombres blancos, y que había casos que cada raza lograba convivir en paz e incluso lograban tener hijos mestizos, eso alegró en parte a Sin, pero no le quitó el odio que latía en él. Al decidir vivir entre mortales, el moría y volvía a nacer, siempre como un mortal, aunque era un dios. Cuando se llevó a cabo una guerra civil entre los blancos, la llamada Guerra de Indepéndencia, los blancos volvieron su vista al Oeste y al Norte, donde aun había tribus y tierras desconocidas. Sin siguió combatiendo contra la plaga, pero él no había creado a los hombres blancos, él había creado el mundo y a sus gentes, menos a los hombres blancos, ellos fueron creados por el hermano de Sin, el cual no tenía nombre. En realidad, en el mundo había cuatro dioses, Sin era el hermano mayor y su reino eran las Américas, el hermano contrario a Sin, el creador del hombre blanco, reinaba en Europa y África, después los dos hermanos tenían una hermana menor, llamada Leily que su poder residía en Asia y la pequeña Austrial que reinaba en la gran isla llamada casi por su nombre, Australia.

Sin hacía tiempo que no veía a sus hermanos, pero se vé que el hermano menor después de Sin, el creador del hombre blanco, le había declarado la guerra, la cual Sin perdió más o menos, perdió terreno, pero no a sus gentes... Pero quedaban muy pocos de cada tribu, los cuáles ahora vivían en reservas delimitadas por los Estados Norteamericanos. Sin se llenó de un gran odio hacia su hermano menor y su raza de indeseables. Seguía combatiendo y renaciendo, así siempre.

Ahora, dejemos la historia del mundo de Sin durante un rato, pues hay algo que quiero explicaros. Todo ser vivo, fuese animal o planta tenía espíritu, y los índigenas tenían el poder de convertirse en el animal que deseasen, cosa que habían hecho siempre.


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