sábado, 9 de enero de 2010

Despertar

En la montaña, en pleno bosque. Había un sendero, apenas visible, pues estaba cubierto de malas hierbas, hojas... El sendero seguía recto y luego se bifurcaba en dos caminos. Uno se dirigía hacia la cima de la montaña y el otro bajaba a los pueblos más cercanos, que estaban situados en una planicie, más al sur.
El camino que tiraba hacia la cima paraba en otro sendero, mucho más pequeño y también lleno de maleza, pero mucho más. Allí mismo, ese sendero tiraba hacia el centro del bosque; se perdía de vista si no te fijabas bien. El pequeño sendero acababa en un gran roble, y detrás de ese roble, se veía un gran agujero que daba al interior de las entrañas de la tierra.
Todo era oscuro si observabas desde donde estaba el roble. Si te adentrabas más, apenas vislumbrabas algo. Pues el agujero no era un simple agujero. Era una antigua cueva, pues grandes estalactitas y estalacmitas se formaban en el suelo y en el techo e incluso algunas llegaban a tocarse... En el interior, el camino seguía recto, introduciéndose más en la tierra y luego se bifurcaba en dos grandes criptas y cada una contenía un ataúd de piedra.

Si alguien se propusiese abrir una de las tumbas no hubiera podido, pues las tapas de piedra pesaban demasiado para una sola persona.

Antiguamente, los pueblerinos se acercaban a esta cueva para realizar una ceremonia el Día de todos los Santos y el Día de los Difuntos, para que los antiguos residentes de las tumbas no salieran de ellas y sembraran el mal en el mundo, pero, en el mundo ya había un mal bastante profundo y difícil de exterminar.
El ritual consistial en degollar a una oveja o cabra y vertir su sangre sobre las tumbas, para que los residentes absorvieran su fuerza y estuvieran satisfechos.



De pronto, desde el interior de la cueva se escuchaba una voz que cantaba desde el interior de una cripta, desde una de las tumbas.
La canción decía:

No descansaré hasta que mi muerte
trascienda en una canción,
viviendo en la eternidad.
No permitiré que un sentimiento,
no se exprese en el papel.
Una idea que plasmar,
mientras aún pueda crear,
alcanzando la inmortalidad.

La voz cesó de cantar. Unos sonidos, parecidos a golpes se oían en toda la cripta. Venían de la gran tumba. Al parecer, uno de los espíritus había despertado.
Más golpes, y ésta vez, la voz volvió a cantar la misma canción. Pero, más melancólicamente, con más nostalgia.
La tapa de piedra se elevó unos centímetros y volvió a su sitio, volvió a levantarse y con el mismo resultado. Ahora, la voz no cantaba, reía.
Cogiendo toda la poca fuerza que le quedaba al espíritu, volvió a alzar la tapa, pero no para tirarla el suelo, no, la apartó. Permitiéndole ver desde el interior la poca luz que entraba. Otra risa.
Apartó más la tapa, hasta que ésta cayó con gran estrépito al suelo.
-¡Ups! -exclamó, el hombre que salió de la tumba-. ¡Ah, llevo siglos esperando esto!

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