domingo, 24 de enero de 2010

La bestia, Zeirkrad

Soy humano, al menos, la mayor parte del tiempo. Alguien con el largo cabello despeinado, con un brillo amarillo en mis ojos normalmente verdes, cicatrices por todo el cuerpo, cortes...
Soy bastante alto, más que la mayoría de los hombres, de complexíon delgada pero fuerte, una boca grande, con unos incisivos anormalmente largos, brazos igualemente largos, con manos de dedos finos y largos, con piernas delgadas y musculadas.

Sorprendo a cualquiera, siempre estoy hambriento y por las noches de plenilunio cambio de forma. Me transformo en un gran lobo de pelaje negro, con una mancha blanca que parece una estrella de seis puntas. No he sido así siempre.

La licantropía se suele desarrollar en la adolescencia, pero siempre fui diferente, por muy humano que fuese de niño...
Sólo tengo veinte años, y pasará mucho tiempo antes de que llegue mi hora, si es que alguien llega a cazarme. Hay pocos licántropos, pero muchos cazadores. No sé si en mis ataques sobrevive alguien, porque sólo recuerdo lo que pasa vagamente... Tampoco sé si he convertido a alguien en licántropo, he matado a mucha gente desde los quince o catorce años. Víctimas de un lobo demasiado grande, piensa la gente.
Rumorean sobre antiguas leyendas de licántropos, pero muchos más piensan que son necedades. Por suerte, esto sólo pasa las noches de plenilunio, y no todas las noches.


Habla una leyenda de licántropos que se llamaban así mismos: Señores de los Lobos. Que no eran muy numerosos, pero que podían transformarse a voluntad propia en cualquier de las dos formas, la humana y lupina. Dice la leyenda que estos licántropos son realmente viejos, aun que tengan cuerpos jóvenes. Así que... si he de esperar, me convertiré con el tiempo en un Señor de los Lobos...

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