domingo, 24 de enero de 2010

Memorias de Delozoriach

No podía sentirme atraído por una de mi raza, no... Tenía que ser, precisamente, una de mis enemigos raciales.
Ah, Gabriella. Tu pureza me ciega los sentidos, me ciega el instinto. El instinto que me hace ser la clase de criatura que soy: un demonio menor. Y, aún así, te vencí. Te perdoné la vida... por tu pureza, por tus movimientos gráciles y fluidos. Aquella pureza que tanto deseo, que me haces desear...

Sin embargo, piensas que somos diferentes, y aun que lo somos, a la vez no somos tan distintos. Oscuridad y luz, sí, pero se podría decir que nos complementamos. O eso creo yo.
Luz y oscuridad, oscuridad y luz; son enemigas, pero no tiene por qué ser así. Y, aun que lo tuviera me da igual. Porque no pienso matarte, no desenvainaré mi acero contra ti; pero tú, tan orgullosa como eres, quieres luchar y matarme. Gustosamente me dejaría matar. Vacilas y cuando te pregunto por qué... no contestas.

Eso es que... ¿sientes algo también? No tengo respuesta, pero algún día la obtendré de tu boca, de esa voz fría y tranquila, de esos labios finos y carnosos dispuestos a ser besados.
Te sonrojas cuando digo según qué cosas, cosas que... no tienen perdón a la ligera y tú... sólo te sonrojas...

Ah, eres un enigma.

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