sábado, 12 de diciembre de 2009

El vampiro, capitulo III, entrada en la oscuridad

Un rato más.
Estaba inconsciente, pero pronto despertó y se llevó una mano al cuello.
-¿No estoy muerta? -se preguntó en voz baja, pero lo suficientemente alto para que él la oyera.
-¿En serio quieres morir? -dijo el vampiro.- Porque si es así, te mandaré al infierno como a tu amiga.
-No... no quiero morir -dijo ella.- Pero pensé que seres como tú no existíais.
-Existen seres como yo, e incluso de otras especies -explicó él, que estaba de pie a un lado de la cama.- Vístete, hemos de ir a una reunión muy importante.
La chica no le hizo caso y él la miró con los ojos hechos ascuas.
-Vístete -ordenó.
-¿Qué me has hecho? -preguntó ella a su vez, mientras cogía del suelo el vestido negro.
El vampiro recuperó la compostura y habló con total tranquilidad.
-Te he transformado -dijo él, acercándose a ella.- Pero eso llevará su tiempo. Porque de momento sigues siendo humana. Ahora, el veneno del vampiro recorre tus venas.
La cogió de la mano y la llevó a toda prisa fuera de la taberna. No fueron hablando, sino casi corriendo, o mejor dicho, él iba corriendo y la chica medio arrastras; no podía seguir el ritmo de él.
Llegaron a la plaza del mercado de la ciudad, la plaza central y con ello, la más grande de todas. El mercado aún no estaba montado, pero faltaban unas cuatro horas para ello. Cuatro horas para que saliera el sol. Había una cuesta pavimentada todo recto, que llevaba a la parte alta de la urbe, donde estaban los templos. Allí estaba su destino.
Caminaron ésta vez más despacio entre el gentío. Lo que llenaría de aire los pulmones de la chica y podría recobrar el aliento o, al menos, un poco.
Los vampiros utilizaban magia, de vez en cuando, y por ello ya notaban el olor de los ingredientes de las pociones de las hechiceras. Estaban muy cerca. Subieron la cuesta. Él iba más avanzado y la chica por su parte nunca había estado en esa parte de la ciudad. Porque ella era una prostituta, una persona de poca categoría.
Ahora en la zona de los templos no había casi ni un alma. Solamente un puñado de monjes o sacerdotisas que vestían de blanco y negro o incluso alguna vez con togas grises. Había un templo de piedra oscura, más lejos de los otros.

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