viernes, 4 de diciembre de 2009

Vampiro, capítulo 1

El vampiro se encontraba en las afueras de la ciudad amurallada. Ya se había alimentado, pero el olor de tanta sangre fresca le hacía volver ha tener sed.
Caminaba rápidamente, apartándose de la gente, tapándose la boca y la nariz con el brazo. La ciudad apestaba a estiércol, y era eso lo que le hacía preferir los pueblos. Donde había menos populacho y menos hedor. No tenía casa aparente, y a simple vista parecía un vagabundo cualquiera, pero demasiado bello para serlo. El pelo rubio le llegaba hasta los hombros, peinado hacia atrás, los ojos de un color azul, pero que daban un brillo rojizo casi enfermo. La ropa estaba llena de tierra, era ropa normal. Los carros de pasajeros iban y venían a su antojo por toda la ciudad. Toda. Excepto la parte alta de la ciudad, donde estaban los templos dedicados a deidades que no escuchaban a sus adoradores.
El camino se le hizo largo, el hedor aumentaba cada vez más, y el olor a sangre también aumentaba, cosa que le hacía mirar a las gargantas de cada prositituta que veía. Pero ya alimentaría su sed más tarde. Ahora debía encontrarse con las Shugenjas o hechiceras en lengua común, quienes eran las líderes de todas las criaturas de la oscuridad.
Cuando atravesó la barbacana de piedra de la parte interior de la ciudad, no pudo controlarse más. Estaba perdiendo el contro de sí mismo, no dejaba de mirar a cada mujer joven que pasaba, pero no era lujuria. Era la sed, su garganta estaba seca y no hacía tanto que se había alimentado. No tenía dinero, nada. excepto un anillo de oro en uno de sus bolsillos. Se acercó a una taberna y entró, no esperó demasiado. Era grande, mal cuidada, pero grande. Se encontró con dos muchachas jóvenes. Una era rubia y otra morena, de piel aceitunada.
-¿Quieres algo, encanto? -preguntó una de las chicas, la de piel aceituna.
El vampiro las miró a las dos lentamente, observando sus cuerpos y sobre todo sus gargantas. No eran más altas que él, si no todo lo contrario, eran bajas y con los pechos grandes, piernas torneadas y fuertes. Sentía la sangre dentro de ellas, la sangre que sería su "postre".
-Quiero una habitación y... a vosotras -dijo el vampiro tras una pausa, mirándolas a las dos, detenida y pausadamente.
-¿Y el pago? No creo que tú puedas pagarnos una noche entera a las dos -dijo la prosituta rubia.
Él sonrió y sacó de sus andrajosas ropas el anillo de oro que tan preciado le era.
Las dos chicas sonrieron, perplejas. Y se pusieron a caminar delante de él, guiándole a las habitaciones de arriba. Arriba se oían gritos y gemidos de todo tipo: placer, dolor y otras cosas desconocidas para él. Pero había cosas más desconocidas que él conocía.
Había puertas en todo el pasillo, a cada lado y al final de éste, otra puerta. Seguramente sería una de las habitaciones que podían pagarse los nobles.
Cuando entraron, él mando que cerraran la puerta con llave, dando esta explicación: "No quiero que interrumpan nuestra velada"
Lo decía con una gran sonrisa que dejaba ver sus dientes blancos.
La chica de piel aceituna empezó a quitarse el vestido y se tumbó en la cama.
Ella será el postre final, pensó él, excitado.
La chica rubia por su parte se acercó a él para besarlo y quitarle la ropa. Pero fue él quien le desgarró con sus largas uñas el vestido. Ella se asustó, y estaba sorprendida e iba ha gritar cuando él se interpuso rápidamente entre ella y la puerta de escape. Su única salida, y estaba obstruida.
La chica rubia se acercó medio desnuda a la otra, estaban asustadas.
-Avec nostrum al mort -dijo él, pronunciando un hechizo hacia la chica rubia.
La chica rubia sentía ahora unos deseos irrefrenables de acercarse al desconocido, aquél que le había desgarrado la parte de arriba del vestido, dejando ver sus pechos. En su interior estaba asustada, pero se acercó lentamente a él, intentó resistirse pero su cuerpo era el que mandaba.
El vampiro se acercó también, le hizo inclinar el cuello a un lado, dejando al descubierto la garganta y la mordió. Saboreó su sangre, la succionó y la absorvió. Su corazón y el de él latían ahora con fuerza, pero el de la prostituta se iba debilitando por segundos, hasta que el ritmo de su corazón paró. Estaba muerta.
La de piel aceituna gritó asustada al ver tan terrorífica escena. El vampiro dejó caer con brusquedad el cuerpo sin vida.
Ahora, debía alimentarse de la otra. Una pena, era demasiado bella y le habría servido para calmar a veces su rara lujuria. Y meditó: ¿Por qué no convertirla?

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