domingo, 29 de noviembre de 2009

Legado

El guerrero estaba tumbado en el suelo, mortalmente herido. Tenía rasgada la negra ropa por el pecho, el tajo de una espada. De la herida salía sangre a borbotones, como un río que nunca pararía de dejar su cauce.
Junto al guerrero había una gran espadón del mismo tamaño que él, su nombre: Espada Mortal.
Así la llamaba. Y de pie, en frente del guerrero había otra persona, pero no era su enemigo. Un muchacho más joven que él mismo, con el pelo plateado, rasgos suaves como los de una mujer o los de un niño, ojos grandes e inexpresivos. Más allá, había un bosque de cerezos en flor.
Él comenzaba a ver borrosamente, pero logró ver más allá del chico de mirada inexpresiva las flores de los cerezos. Flores de un blanco limpio, perfecto.
-Perfectas... -murmuró.- Son blancas y... perfectas.
Luego dirigió una larga mirada al muchacho y le habló tosiendo sangre: Toma mi espada, éste, será mí legado. El muchacho se acercó al guerrero caído y vio que él perdía fuerzas y moría.
No podía hacer nada, salvo aceptar la gran espada de aquel guerrero caído y la asió por la empuñadura

No hay comentarios:

Publicar un comentario